31 de mayo.
A penas son las 4,30h de la mañana y ya
suena el despertador para ir hacia nuestro nuevo reto cogemos un autobús que
nos lleva hasta la salida y..7 de la mañana y aquí estamos el gran Pacho y yo (Chema),
un escenario de reyes, nada más y nada menos que el gran palacio del Escorial
como fondo empieza la carrera nos disponemos a subir el primero de los montes
que nos esperan durante algo más de 50km, piso la tierra rojiza, casi de color
cobrizo, oigo, siento, huelo y veo. Mis cinco sentidos se multiplican en una
progresión geométrica. Comienzo a correr y mi corazón empieza a susúrrame hasta
llegar a un estrepitoso concierto de latidos que me dicen como he de proseguir.
No sé por qué pero, aunque lo deteste,
para empezar, siempre, una cuesta arriba que mis piernas afrontan con pereza,
como un niño que se acaba de levantar de la cama y no quiere despertar. Miro a
mi alrededor y me encuentro en medio de la naturaleza, rodeado de pinos,
huellas de jabalís y la mirada esquiva de algún que otro corzo solitario. De
repente, y sin previo aviso, una liebre se cruza por mi camino. Mis ojos la
siguen como si quisieran correr con su misma agilidad para ir con ella entre
las matas y la jara.
Continúo subiendo y un sudor salino
resbala por los ojos, escuece. El corazón corre más que mis piernas y me
sugiere que queda mucho y es mejor aflojar. Mis piernas, orgullosas y tozudas
como un asno, responden aumentando el ritmo o por lo menos no cediendo. Por fin
el terreno da un respiro, ya hemos coronado el monte abantos, el terreno
comienza a allanarse y como todo lo que sube baja, allá vamos. Miro hacia los
lados y mis ojos se abran que como un
faro que guía los navíos por el mar. Y busco, sin mucho esfuerzo, la belleza
del paisaje en el horizonte, la sierra de
Guadarrama es espectacular. Aquí
puedo oler, palpar, sentir la paz, la armonía, el sosiego y la pausa de un
entorno infinito.
Ya han pasado más de dos hora de carrera
y el terreno se pone más complicado todavía, una subida de un kilómetro conocida
como la cuesta del calvario empieza hacer mella en unas pierna que ya empiezan
a demostrar el desgaste acumulado, el monte se cierra y el camino queda
reducido como si solo estuviera hecho para mí. De vez en cuando algún que otro
pino me saluda con sus ramas en forma de arañazo.
Ya estamos en la Fuenfria una bajada y
apenas nos quedaran los últimos 8 km de subida y todo habrá acabado, de nuevo
una subida infernal el corazón a ritmo de concierto perola cabeza ya me dice lo
poco que queda, que paisaje más bonito, imagino las pistas de esquí en invierno
y en lo alto de todo la bola del mundo menos mal que nos quedamos un poco más
abajo.
Y así finalizamos este nuevo reto con más
dureza de lo esperado pero con la satisfacción de haber logrado lo que nos
habíamos propuesto.